sábado, 10 de septiembre de 2011

Rock nacional y dictadura



Canta tus penas de hoy

"Conozco la perfección, pero de muy raro modo, buscando no decir nada poder expresarlo todo". 
Julio Lacarra 
La música popular, en tanto la vera acepción del término y no aquella que responde a un producto de mercado, ha sido desde siempre la expresión artística más cabal de resistencia cultural de un pueblo contra las injusticias de los poderes de turno. 
En nuestro país, el fenómeno del "rock nacional", es un espejo claro de esta resistencia, espontánea y no coyuntural, que se mantuvo fiel desde sus inicios hace casi treinta años.
Esta 


lectura es la que permite entender las razones por las cuales el fenómeno es un auténtico producto argentino, muy distinto al de otros países de América Latina, que en mayor o menor medida han estado signado por los mismos infortunios políticos y sociales.

Quizás porque

Mientras en el resto de los países del continente, el folklore es la música popular excluyente que concentra tanto a viejas y nuevas generaciones, en Argentina éste contradijo su esencia, adueñándose de una "identidad" nacional (muchas veces de sesgo peligrosamente nacionalista), que se empeñó en alejar a los jóvenes que no comulgaran con la idea del gaucho de bota y bombacha, espejo del concepto dominante impuesto a fines del siglo XIX.
Este perfil, alimentado por el patriotismo político -ya que no económico- de los gobiernos militares, tuvo su mayor pico de expresión en los años '60 bajo la dictadura de Onganía.
Por ello, en nuestro país no hubo un ritmo musical que absorbiera los cambios generacionales, al estilo de Brasil con la bossa nova, Uruguay con el canto popular, o Chile y Colombia con el folklore joven.
Así la brecha se fue ensanchando, hasta estallar en algo diferente.
De esta manera comenzó a cimentarse lo que hoy se llama tan ligeramente "rock nacional":
Con tres grupos pilares (Los Gatos, Manal y Almendra), claramente diferenciados entre sí en lo musical, pero con una comunión de ideas que giraban en torno a lo expresivo y lo poético.
Este espíritu se ha mantenido incólume hasta hoy.
Quizás sólo así pueda explicarse que bajo el mismo rótulo, en las bateas de las disquerías se concentren folkloristas (León Gieco), baladistas (desde Sandra Mihanovich a Fito Páez), "rockeros" (como Divididoso La Renga) o grupos "hard core" (estilo Animal).
El hecho que muchos de ellos toquen juntos es una muestra de este eclecticismo musical con unidad ideológica.

Todos juntos 
Este canal de expresión consolidó aún más su unidad y su potencial rebelde a partir del 24 de marzo de 1976, cuando la dictadura militar produjo el oscurantismo cultural del país y dejó secuelas tan profundas que aún no han sido analizadas en su totalidad.
Mientras los folkloristas y algunos tangueros más genuinos debían irse del país o llamarse a un obligado silencio, los jóvenes encontraron la mejor manera de enfrentar a la muerte: Cantando a la Vida.
"Humanos, quieren llamarse ellos, que matan a un ave, antes de volar", cantaba el dúo Pastoral en el inicio del horror, con miles de jóvenes coreando el estribillo.
El tema increíblemente logró trasponer las férreas puertas de la censura radial que prohibía hasta temas de Gardel. ( La censura era tan absurda que a Luis Alberto Spinetta le prohibieron la tapa de un disco con un durazno cortado al medio "porque parecía una vagina").
Muchos temas de esa época no corrieron igual suerte al enfrentarse con los "hombres de hierro, que no escuchan la voz", que había anticipado León Gieco.
"Matan, viven tristes, están locos. Esta tierra no era así" decía Raúl Porchetto ganándose un lugar entre las listas negras.
Hacia 1977, la persecución del poder militar hacia cualquier cosa que no entendiera, no conocía límites.
Por ello el fenómeno del rock era perseguido a ultranza, los músicos literalmente corridos de los recitales y los asistentes eran subidos como animales a carros de policía y camiones del Ejército rumbo a la comisaría más cercana.
En momentos que los jóvenes cometían el único delito de querer vivir, surgía una mirada esperanzadora: "Si la lluvia llega hasta aquí, voy a limitarme a vivir, mojaré mis alas como el árbol o el ángel, o quizás muera de pena. Tengo mucho tiempo por hoy, los relojes haran que cante".
Pero esos relojes de los que hablaba Spinetta deberían dar muchas vueltas para ver la libertad.

Canción animal

Con miles de personas en un exilio obligado y una generación diezmada que nunca se recuperaría de la barbarie, pero "finalmente aniquilado el fantasma de la subversión apátrida", la dictadura encuentra en el otro lado de la frontera un nuevo enemigo con el que probar sus juguetes bélicos.
León Gieco escribe entonces lo que luego se convertiría en uno de los himnos de la música popular: "Sólo le pido a Dios, que el engaño no me sea indiferente, si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden facilmente".
En ese momento surge otro grito desesperado: "íNo se banca más!, íNo se banca más!, la grasa de las capitales no se banca más".
El reclamo llegaba al seno de una sociedad que ya tenía varias cosas que no se bancaba.
El mismo esclarecido Charly García compondría poco después lo que es hoy la mejor radiografía poética del horror: Canción de Alicia en el País.
Disfrazado como una moderna imagen musical sobre el cuento de Lewis Carroll, el tema no supo de las barreras de la censura.
Cuatro años después del golpe militar, la policía detuvo brutalmente a más de 200 jóvenes en un recital de Almendra.
El tema sólo fue tratado imparcialmente por el diario "Buenos Aires Herald" que, en inglés, pedía un esclarecimiento total de los hechos.
En ese 1981 de creciente malestar social, el grupo punk Los Violadores sorprende con un violento "Represión a la vuelta de tu casa, represión en el kiosco de la esquina, represión en la panadería, represión las 24 horas del día".
En 1982 comienza el principio del fin:
El sueño de un general, hecho de pequeños caballos blancos y delirios de bronce, determinó que los "inmaduros" para ir a un recital, fueran de pronto capaces de tomar un fusil viejo y pelear por la patria, o morir de hambre o frío por ella.
Entonces se acabaron las listas negras.
Los artistas volvían a tener un lugar y eran escuchados.
Los viejos discos desempolvados y vueltos a escuchar.
La historia decía que eran tiempos de cambio.
El fin de la guerra precipitó a la dictadura y entonces surgieron las voces que habían debido permanecer calladas.
En 1983 se inicia un nuevo país.
La música popular había desafiado los peores momentos.
Las guitarras, a veces estridentes, a veces melancólicas, habían sido como un bálsamo ante el horror de la muerte.
Los músicos de rock, vistos entonces como faltos de compromiso social, ofrendaban su canto a la vida.
No llorando a los caídos sinó cantando, como la Maribel que Spinetta dedicara a las Madres de Plaza de Mayo.
Porque a veces, para vivir mañana, hay que cantar las penas de hoy...
Fuente: http://www.jardindegente.com.ar/index.php?nota=prensa_191

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